domingo, 12 de febrero de 2023

«Etsi Darwin non daretur»:

como si Darwin no hubiera existido

     El 12 de febrero se celebra internacionalmente el «Día de Darwin», porque ese día, en 1809, nació este científico inglés, cuya obra más conocida es la de «El origen de las especies». La celebración de esa Jornada Internacional pretende hacer crecer la conciencia de la importancia de su contribución al progreso de la ciencia y de la Humanidad. Y es que, no obstante el tiempo que ha pasado, todavía hay en la sociedad importantes resistencias a la aceptación de lo que hoy la ciencia considera ya, no una hipótesis, ni una teoría, sino un hecho. Como digo: a pesar de esta convicción casi general de la ciencia actual, sobre el acierto del descubrimiento de la evolución por parte de Darwin, sigue habiendo sectores de la sociedad que piensan etsi Darwin non daretur, o sea, como si Darwin no hubiera existido, como si la evolución no fuera uno de los descubrimientos científicos que más han modificado nuestra forma de pensar, de ver el mundo, y de vernos a nosotros mismos.

     En noviembre de 1859 (hace poco hemos celebrado su 150º aniversario) Charles Darwin publicó el libro «El origen de las especies», que se agotó en el mismo día de su puesta a la venta, y provocó un escándalo tremendo en la sociedad victoriana londinense, y una polémica internacional. A nadie dejó indiferente. Se trataba de la propuesta -científica, bien razonada- de una visión alternativa a la que había sido la tradicional, la de siempre, diríamos que la de la Biblia misma. Según sus observaciones científicas, Darwin creía poder concluir que no era cierta la explicación tradicional prácticamente universal, de que el mundo de los seres vivos había sido creado directamente por Dios, tal cual los vemos hoy: cada especie diseñada directamente por Dios, y reproducida -como dice el libro Génesis- «cada cual según su especie». Esto era el abc, la verdad más obvia para la sociedad occidental: Dios ha diseñado y creado todas las especies de los seres vivos; todas serían obras directas de las manos Dios.

     Darwin irrumpió en la sociedad, casi de golpe, con un salto al más allá del creacionismo: las especies no fueron creadas cada una por un Creador, porque -según Darwin- todas proceden de un ancestro común, evolucionando por selección natural, a base de muy largos períodos de tiempo. El choque no podía ser más fuerte, ni más delicado: en la línea misma de flotación de la creencia religiosa oficial (y popular) de aquella sociedad precientífica y religiosa. No era posible aceptar de golpe que la biodiversidad no fuese un designio del Dios Creador mismo, sino que era fruto del azar de la vida misma. La mayor parte de las instituciones religiosas rechazaron la nueva visión científica propuesta por Darwin. Prefirieron seguir pensando y funcionando como siempre, «etsi Darwin non daretur», como si Darwin no hubiera existido, como si no hubiera dicho nada digno de ser reflexionado.

     Y sí, tenían razón, su razón. Tenían razón en pensar que tomar en serio la propuesta de Darwin, aceptar el nuevo paradigma de la evolución, frente al fixismo dizque divino de la creación, tendría demasiadas implicaciones, exigiría revisar prácticamente todas sus concepciones, y eso, además de pereza, suscita inseguridad, miedo, incluso pánico.

     Ha pasado más de siglo y medio desde que Darwin nos sorprendió con el libro que muchos juzgan que es el que más nos ha influido en los últimos siglos, el que ha provocado una transformación más honda en la ciencia y en la conciencia de gran parte de la Humanidad. Pero, todavía, Iglesias pequeñas y grandes, también la Católica, siguen albergando una mayoría de personas que creen en la creación directa del ser humano por un Creador, la existencia de Adán y Eva, la expulsión de esa pareja humana de un estado paradisíaco con dones sobrenaturales como la inmortalidad, la omnisciencia… Aunque ya hace 164 años (el 12 de febrero de 2023) que Darwin publicó su libro, todavía, la teología que se estudia en los seminarios y la que se predica en las homilías, no se ha confrontado verdaderamente con Darwin, ni con la evolución. Desde un paradigma fixista y creacionista, continúan repitiendo -un poco vergonzantemente, es verdad- lo de siempre, como si Darwin no hubiera existido.

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