viernes, 26 de mayo de 2023

 
A vueltas con Dios... ¿o con Theos?

¿Dejan de creer «en Dios» los crisitianos que abandonan?

     Un debate que llevamos con nosotros hace varios años es el de la palabra misma «dios». ¿Es una palabra clara, confusa, o incluso equívoca? ¿A todos nos significa sustancialmente lo mismo? ¿O agrupa en sí significados distintos o incluso contrarios? Hoy día se ha reavivado el debate. 

     Claro, es una palabra multimilenaria, de unos 9.000 años ya, pensamos hoy. Ni que decir tiene que a lo largo de esos milenios ha vehiculado significados muy diversos, y se ha revestido de imágenes diferentes, y hasta contradictorias. Ya hace casi tres mil años, en el período de la cultura clásica, fue abordada por los filósofos, y luego los teólogos. Es inabarcable todo lo que han dejado escrito con sus reflexiones sobre el significado de esa palabra. Muchas religiones del planeta (no todas, porque no todas son teístas) lo han llamado con el nombre propio de su lengua y de su cultura. Martin BUBER dijo con frase célebre: «La palabra Dios es la más cargada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan manchada, tan dilacerada. Las generaciones, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Por ella han matado y han muerto. Y tiene marcadas en sí las huellas de los dedos y la sangre de todos ellos». Y más cerca, González Faus ha escrito: «Dios es la palabra más polisémica y más abusivamente empleada a lo largo de toda la historia humana». Es obvio: tiene una historia inabarcable.
     Viniendo más hacia nosotros en el tiempo, los mayores recordamos que la imagen de Dios que teníamos antes del Concilio Vaticano II era, claramente, la «normal», la «clásica», la de la Edad Media, la de Trento, la del Barroco... Era la misma, y pensábamos -sin estudios específicos sobre sus orígenes e historia- que así habría sido siempre. Parecía obvio.
     Pero el Vaticano II, que no se pronunció sobre una reforma o mudanza en el tema «Dios», desató una conciencia crítica que sí hizo que en los años siguientes entrara en crisis el tema de «las imágenes» de Dios. El Patriarca ortodoxo Anaxágoras IV pronunció en el aula conciliar unas palabras que le catapultaron a la fama: «En lo que muchos ateos no creen, es un Dios en el que yo tampoco creo». Fue una bomba. Abría la puerta a plantearse si estaríamos en algunas situaciones «diciendo el nombre de Dios... en falso»; si estaríamos llamando dios a algo que no lo era, o a algo inexistente...
     Proliferaron los trabajos pastorales sobre las «imágenes de Dios» (no sobre Dios, sino sobre sus imágenes, las imágenes que nosotros manejábamos sobre él). El libro más famoso -fue el de Juan Arias, antiguo corresponsal de prensa en el propio Concilio, que escribió un artículo tan disruptivo, que tuvo que desarrollarse en libro y que ha sido traducido a más de 40 lenguas-: «El Dios en quien no creo». No creo en el Dios que es un semáforo rojo a las alegrías del ser humano, no creo en el dios amigo de los poderosos y despreocupado de los pobres... y todo un libro de imágenes semejantes de Dios. Nos vino muy bien ese libro. Hay que agradecer eternamente a Juan Arias -que vive retirado en Brasil- este servicio impagable.
     Eran las imágenes de Dios lo que se cuestionó como efecto del Vaticano II. No Dios mismo, sino sus imágenes. Desnudado de esas imágenes inadecuadas, debajo de esas máscaras desagradables, estaba Dios, sin ningún problema. La identidad o la entidad de Dios, por debajo de esas imágenes superficiales inadecuadas, no entraba en cuestión, estaba fuera de todo cuestionamiento. Era obvio que no tenía sentido ponerla en cuestión. Dios habría sido siempre el mismo, eterno e inmutable; el único problema era nuestra mala comprensión, y nuestra imaginación interesada, que todo lo corrompe. Y ahí hemos estado, en el rechazo de las imágenes inadecuadas, y en la ingenuidad de pensar que no había ningún problema con Dios mismo.
     Pero la realidad hace décadas (desde el Concilio) que viene desmintiendo esa ingenuidad. En los 60 años redondos que han pasado desde entonces, las estadísticas de las sociedades europeas no paran de engrosar la cifra de los millones de cristianos que «dejan de creer en Dios» y se van al ateísmo, o a la indiferencia. Es una ingenuidad pensar que «con Dios no hay problema», que lo hay sólo con sus imágenes, imágenes que nosotros ya habríamos purificado. Si sus imágenes ya no son problema, si ya hemos internalizado bien su crítica en las décadas pasadas, ¿cómo es que «Dios» sigue siendo piedra de tropiezo, y un número constante de cristianos dejan de «creer en Dios»? Estarán todos ellos equivocados, y nosotros en lo cierto?
     ¿Estamos seguros de que dejan de creer «en Dios»? Yo no lo estoy. Veremos.

1 comentario:

alvaroeduardoarangorozco@gmail.com dijo...

¿No será mejor creer en D´s sin imágenes? ¿Tiene D´s imagen posible? ¿A qué llamamos D´s?... ¿No decimos que D´s es Misterio Inefable y secreto? Del Misterio no se puede tener imágenes, es lo desconocido. Ante el Misterio de la Vida-Muerte es mejor callar. Pero, ¿que hacemos si el Hombre es imaginativo? El Hombre crea metáforas y analogías con su imaginación dinámica. Dice Gaston Bachelard, en su libro el Aire y los Sueños:
"“Ya Dante, (que era franciscano de la Tercera Orden), había espiritualizado la materia y materializado al espíritu. …Dante explicaba, según Balzac, con lucidez, la pasión de todos los Hombres de elevarse, de subir, ambición instintiva, revelación perpetua de nuestro destino…No evoca ambición de subir dentro de la sociedad, sino que trabaja sobre una imagen original, con vida propia y directa en la imaginación natural. Sus metáforas no son metáforas, ni aún meras alegorías. Son intuiciones reveladoras” … De la verticalidad del Hombre, añado.
También dice:
"En el sueño no se vuela para ir al Cielo, sino, se sube al Cielo porque se vuela".
Luego, el problema no está en las imágenes D´s, sino en entender que son simbólicas, como también dice acertadamente, Santiago Villamayor, sobre el nuevo paradigma:
Tanto el teísmo, como el no-teísmo son caminos simbólicos
Santiago Villamayor. El Espíritu del Cristianismo. Comentario. Academia.edu.
Con todo, personalmente, no necesito imágenes para creer en el Misterio del Amor, que "ama para poder amar", y por lo tanto, creador. En silencio, a él me abandono, y ya está. Amor es vida, y vida es alegría.
También puedo creer en la imagen del D´s humanizado de Jesús de Nazaret, al que llamaba "Padre", un Padre muy Madre. Es su "intuición reveladora".